La encrucijada en las relaciones entre México y España

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Tan sólo algunos datos. España es el principal socio comercial europeo con México y el segundo del mundo. El comercio entre ambos países supone cerca de diez mil millones de euros al año y tiene, generalmente, un crecimiento anual de entre el quince y el veinte por ciento.

Tomemos un año, 2017 por ejemplo, poco antes de la pandemia. En aquel entonces, hace cinco años ya, España había exportado a México casi cinco mil millones de euros. España importó cuatro mil cincuenta y nueve millones. De hecho, la Unión Europea se ha convertido en el principal inversor en México con más de un cuarenta por ciento de inversión total por delante de Estados Unidos. Y gran parte de esos oficios son gracias a España.

Los gobiernos españoles han sentido siempre una relación privilegiada con México, pero desde hace tres años, un día sí y otro también, desde el espacio de La Mañanera en Palacio Nacional, el ejecutivo azteca se empeña en que esas relaciones, que siempre fueron óptimas, se deterioren.

Al principio fue la carta en la que el presidente López Obrador pedía que el gobierno español se disculpase por las atrocidades que cometieron los españoles hace algo más de cinco siglos. Enseguida hubo una respuesta de España, pero no fue de la persona que quería el presidente. No se trató del Rey, ni siquiera del presidente del gobierno. Lo hizo el entonces ministro de exteriores Josep Borrell, hoy comisario de exteriores en el gobierno europeo. Y eso fue tal vez lo que no le gustó. Por cierto, aquí quisiera hacer un inciso.

Puede que el presidente López Obrador tenga razón cuando habla de un puñado de empresas españolas que sí pudieran haber cometido irregularidades. Pero eso no quiere decir que las empresas españolas que van a México, por cierto, más de siete mil, sean adjudicatarias de corrupciones. Más bien lo contrario. Van a ese gran país que es México con la honradez y con la encomienda de crear puestos de trabajo.

Pasaron los años y cuando ya parecía que la herida estaba cerrada nació la “pausa”. En Palacio Nacional el presidente López Obrador dijo que era bueno hacer una pausa en las relaciones entre ambos países. Días más tarde escribió una carta a los eurodiputados, por cierto, bastante desafortunada para un jefe de estado.

Podemos hacer cabriolas, profundizar hasta lo imposible para que las relaciones entre ambos países mejoren cada día, pero desde luego no ayuda en absoluto las remembranzas desde Palacio Nacional a las empresas españolas y en ocasiones también a las autoridades del país.

El presidente buscó un embajador. Tal vez con eso las aguas bajarían. Pero tras muchos meses llegó a España el embajador Quirino Ordaz y no le está siendo nada fácil. Por una parte, el ruido de supuestas corruptelas que hubo bajo su administración en Sinaloa, pero por otra parte el castigo que España quiere infringir por la vía diplomática a la administración de López Obrador, dio lugar a que el embajador tardara muchos meses en poder llegar a España, hasta que finalmente se le dio el placet.

Nos encontramos ante una encrucijada en la que dos países están condenados a entenderse y se entenderán por encima de los políticos. De eso no tengo la menor duda.