Cada persona tiene una forma especial, única e íntima para acercarse a la música, esa disciplina artística que a lo largo de los años se ha ido transformando y que ha acompañado al hombre en su evolución a la par del nacimiento de la agricultura, todas las guerras y conquistas y el desarrollo de la tecnología.
A 22 años de iniciado el nuevo siglo el negocio de la música a nivel mundial sigue encontrando su propio camino, sin embargo, acorde a la IFPI (el organismo internacional que agrupa a los productores de música) el mercado de la música grabada a nivel mundial tiene un valor total de 29.5 billones de dólares, viniendo el 65% de los ingresos por el pago de reproducciones en servicios digitales también conocidos como “streaming”.
América Latina es la región que mayor crecimiento sostenido ha tenido en materia de ingresos por reproducciones digitales y venta de discos físicos durante los últimos 4 años, representando para la IFPI el 4% del total del mercado de la música grabada, donde la fuente de ingresos más importante es la reproducción digital pagada por subscripción.
México es después de Brasil el segundo mercado en importancia, y paradójicamente las grandes economías como Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Francia y Alemania, reportan un aumento en las ganancias de la venta de producto físico gracias al resurgimiento de los discos de vinil y la revalorización del CD, que han encontrado en los coleccionistas y los melómanos un nicho de mercado especializado, pero lo suficientemente importante, representando la venta de 5 billones de dólares durante el 2021.
Pero ni la venta de discos ni la reproducción digital contribuyen a la prosperidad de la economía mexicana. Desde hace mucho tiempo teníamos la creencia popular de que la riqueza de un artista venía de la venta de sus discos por las regalías pagadas por su compañía discográficas, en los ’80 los Bukis de Marco Antonio Solís fue el primer grupo al cual se le otorgó un disco de diamante por la venta certificada de un millón de copias por aquella legendaria canción de “Tu cárcel”, pero todas esas regalías juntas no se equiparaban a la monetización que el grupo obtenía por la copiosa cantidad de bailes realizados en México, los Estados Unidos y Centroamérica.
Desde que la música comenzó a ser tomada en serio como industria a partir de los años ’50, el verdadero negocio y el propulsor de la economía formal e informal está en la venta y comercialización de los espectáculos en vivo.
La noche del 12 de enero de 1991 vio nacer con la presentación de la banda australiana de Rock INXS en el palacio de los deportes de la ciudad de México, una nueva y boyante fuente de ingresos para la economía mexicana, que, junto con la firma del tratado de libre comercio, abriría las puertas de nuestro país a la visita de absolutamente todos los grupos y músicos solistas que como mexicanos deseábamos ver.
Iniciaba entonces la era de los grandes patrocinios, el despliegue marcario y las cuantiosas inversiones en acciones de Marketing buscando asociar refrescos, cervezas, productos bancarios y experiencias vivenciales con la música.
Prácticamente 30 años han pasado desde aquel momento memorable que fue un parteaguas absoluto y hoy nuestro país se ha convertido en un destino obligado que es contemplado en las giras de la gran mayoría de los grandes grupos de talla mundial, con una amplia variedad de foros diseminados en la Ciudad de México, Monterrey y Guadalajara como los 3 mercados más importantes para la escena musical.
Los mexicanos están ya habituados a pagar cifras exorbitantes por el boleto de un concierto o acceso a un festival, ya que el costo de una entrada promedio para ver al mismo artista en Estados Unidos con un show similar en nuestro país es 30% mayor, esto sin tomar en cuenta el pago del estacionamiento y los precios demenciales que se cobran en el rubro de alimentos y bebidas en cada evento.
La economía informal también se alimenta descarada y felizmente por la realización de los eventos musicales en México, que junto con la reventa, y la venta legal de artículos pirata sin pudor alguno ni pago para el artista por el uso de su nombre o imagen, está siempre presente frente a los recintos donde se llevan a cabo los conciertos, presentando en infinidad de ocasiones diseños de una amplia gama de productos mucho más creativos y originales que el merchandising legítimo que los grupos traen consigo.
En aquel 1991 con la concesión exclusiva de la operación del palacio de los deportes nació OCESA (operadora de centros de espectáculos) cuyo admirable crecimiento al mando de Alejandro Soberón Kuri se convirtió en CIE (Corporación interamericana de entretenimiento) con presencia en los principales mercados de América Latina, expandiendo su operación hacia el manejo del Hipódromo de las Américas, los casinos y principales teatros, la publicidad dentro de los estadios de fútbol, así como el manejo de centros de exposiciones y recintos feriales, creando así una carretera por la cual prácticamente cualquier espectáculo público debe pasar, con su respectivo pago de peaje.
El negocio más rentable de CIE es Ticketmaster, una empresa que tiene estimado vender 22 millones de boletos para finales de este 2022 en suelo nacional.
La empresa más grande de promoción de espectáculos del mundo se llama “Live Nation”, con sede en los Estados Unidos y ellos concretaron en diciembre del 2021 la compra del 51% de OCESA por 8 mil millones de pesos mexicanos, garantizando así la visita a México y Latino América de los tours de las estrellas musicales más brillantes del firmamento, más conciertos, más derrama económica.
Y así como el lado lícito de la música sigue contribuyendo al crecimiento de la economía de las ciudades más importantes de nuestro país, como todo en México existe el lado obscuro, el cual está aparejado con el despegue de 2 géneros musicales importantes: El regional mexicano con sus muchas subdivisiones, y el urbano (conocido por muchos como reguetón).
Desafortunadamente el talento musical nacional dejó de convertirse en referente dentro del Pop y el Rock desde hace prácticamente 2 décadas, de ahí que reencuentros como el 90’s Pop Tour y las giras de Emmanuel y Mijares, Pandora y Yuri y muchos otras inverosímiles y fantasmagóricas combinaciones evocadoras de nostalgia ochentera sean las que generen los ingresos más relevantes.
En nuestro país no existe un circuito de conciertos como tal, los espectáculos musicales están divididos en eventos con boleto pagado, eventos populares masivos, que suelen ser gratuitos para la gente y muchos de ellos son conocidos como “teatros del pueblo”, organizados por los ayuntamientos y municipalidades de los diferentes estados de la república, las ferias estatales, cuyo costo por boleto regularmente es accesible, los bailes que se organizan en llanos y grandes superficies en pequeños poblados y los palenques, donde los artistas realmente hacen su agosto (sin importar el mes en el que se presenten) ya que tienen presencia desde Mérida hasta Ensenada todas las semanas del año, donde todos los pagos se realizan en efectivo.
La diversidad de los espectáculos populares que no registra cifras de ingreso, hace imposible la cuantificación del valor real de la industria de la música en vivo en México, convirtiéndose en un interesante factor de crecimiento económico que genera miles de empleos y atrae turismo interestatal e internacional, fundamentalmente de Centroamérica.
La pasión por la música en nuestro país ha hecho que los espectáculos en vivo cobren una importancia que el mundo entero observa desde hace décadas, las crisis económicas de los últimos años no han sido obstáculo para que la gente salga a divertirse y a sentirse protagonista de estos conciertos, bailes y espectáculos populares que para cientos de miles de compatriotas se convierten en sesiones de terapia y momentos catárticos de desfogue emocional, sumamente válidos, ¿quién pensaría en 1970, que en algún momento de la historia, nuestro país se convertiría en el mayor destino de los conciertos de toda una región?