Nubes grises en el horizonte 2023

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A pesar de nuestros buenos deseos y el ímpetu que normalmente traemos frente a un año que comienza, el 2023 nos adentra en caminos de incertidumbre e inestabilidad.

Nunca pueden darse sentencias categóricas o certezas al 100% a pesar que cada año los mercados mundiales ávidamente busquen precisamente eso: certidumbres o “veredictos” en “oráculos” financieros e internacionales sobre lo que va a pasar. Sin embargo, para aliviar un poco la incertidumbre, están las proyecciones que se convierten en informaciones de oro al posibilitar una oportuna planificación estratégica frente a cada escenario. En esas proyecciones, el 2022 ya nos dio en herencia varias alertas para este nuevo año:

– Preocupaciones energéticas y alimentarias globales

– Alertas de escalada del conflicto a un estadío nuclear

– Desaceleración de China – Riesgos de una recesión mundial

– Probabilidades de extensión de la guerra en Ucrania

De los 63 conflictos armados que hay activos en el mundo en la actualidad, sin duda alguna, la invasión Rusa a Ucrania, -que el recién pasado 1ero de enero de 2023 ya cumplió 311 días de guerra- es el que más nos ha afectado.

Con un aumento drástico de los precios mundiales de combustibles que ha exacerbado la inflación (la cual ya venía avivada por las interrupciones de las cadenas de suministro relacionadas con la pandemia); los problemas en las cadenas de suministro por la reducción del suministro de gas en Europa, y el shock en precios y suministro de alimentos y fertilizantes que trajo una situación masiva de inseguridad alimentaria (pues al menos 50 países y 1500 millones de personas se vieron afectadas en su suministro de bienes esenciales, incluyendo alimentos, energía y fertilizantes) el conflicto ha dejado estela.

La extensión de ello preocupa al no vislumbrarse una pronta finalización del conflicto, (al menos no en este primer semestre del año), lo cual se refuerza con indicadores recientes: EEUU acaba de aprobar un nuevo paquete de ayuda económica y militar a Ucrania que se suma a los de Europa, y ni el Presidente de EEUU, Joe Biden, ni Volodymir Zelensky en su reciente visita a Washington hablaron de búsqueda de conversaciones de paz. Lo contrario: dieron preeminencia a la contraofensiva en estos próximos 6 meses y mostraron tácitamente lo que en definitiva no parece ser un buen momento para Ucrania de negociar.

A todo esto se le suman las nuevas restricciones a la movilidad en China (confinamientos), más el debilitamiento de su sector inmobiliario que trae efectos en el crecimiento del gigante asiático, el comercio internacional y, de nuevo, en las cadenas globales de suministro.

Todo ello suma ingredientes a la propensión de una recesión mundial, en tanto la actividad económica global ha venido desacelerándose y las presiones inflacionarias se han intensificado.

En el World Economic Outlook (WEO) publicado por el FMI en octubre 2022, el organismo no dudó en ser tajante en sus perspectivas económicas para el 2023 e indicó que “lo peor está por venir” y que para muchos, el año 2023 se sentirá como una recesión: con inflación más alta, políticas monetarias más estrictas y un crecimiento más débil de lo que habían previsto en su propio informe de julio.

Todo parece indicar que la palabra “crisis” acaparará las agendas de gobiernos, instituciones y medios de comunicación de un importante número de países en el mundo.

La pregunta clave para este año que comienza es si los países y los bancos centrales serán capaces de doblegar la subida de los precios y hacerlo sin causar un profundo daño a las economías, en un entorno de máxima volatilidad económica y tensión geopolítica mundial.

Esperemos que todas esas nubes grises se vayan disipando prontamente y podamos transitar el camino, si no con sol, al menos con mayor luminosidad.