El error de cálculo de Putin y sus consecuencias mundiales

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No habíamos terminado de soltar las preocupaciones personales y financieras por la pandemia, cuando el 2022 vino a traernos nuevas incertidumbres, acompañadas de tambores de guerra.

La invasión rusa de Vladimir Putin a Ucrania quebró el 2022 recién estrenado y las esperanzas de un año de recuperación económica para muchos países.

Sin dejar de lado las responsabilidades que también tuvo occidente en la explosión del conflicto, la invasión ordenada por Putin fue una decisión terrible, anacrónica y con un importante error de cálculo.

No es difícil imaginar que Putin pensó que la guerra sería corta: que Kiev caería en pocos días, su presidente Volodímir Zelensky terminaría muerto o huiría del país y Moscú erigiría con facilidad un gobierno títere pro ruso.

En los análisis del Kremlin seguramente se planteó todo sería cuestión de semanas, que las fuerzas rusas tendrían superioridad frente a las ucranianas y que la OTAN no se involucraría, tomando en cuenta que Ucrania no forma parte de la coalición.

Y allí estuvo el error de cálculo:

No previeron que, si bien los países OTAN en efecto no se involucrarían directamente, sí podían ayudar a Ucrania suministrándole armas y dinero, convirtiéndose en una guerra prolongada con complicaciones para la economía rusa y para sus fuerzas militares, detonadas ahora por baja moral, mala logística y un liderazgo irracional.

La geopolítica energética y la geopolítica de los alimentos

Cual ola de tsunami, las secuelas de la guerra sobrepasaron a su vecina geográfica, Europa, y llegaron a todas las riberas mundiales.

Con el invierno encima y facturas “castigo” de gas y luz por no tener alternativas a su dependencia del gas ruso, a Europa se le suman las preocupaciones globales por el incremento en los precios del barril de petróleo y la seguridad alimentaria mundial.

Al menos 1.500 millones de personas en todo el planeta se han visto afectadas: alrededor del 30% de las exportaciones de trigo y cebada, 20% del maíz y ¾ partes del aceite de girasol consumidos en el mundo, proceden de Rusia y Ucrania.

Lo mismo sucede con los fertilizantes nitrogenados, fosfatados y de potasio. Por las sanciones (Rusia) y un sistema de producción paralizado y terrenos que han quedado infértiles (Ucrania), no han podido cumplir sus compromisos, afectando la producción agrícola en muchos países (México incluido).

Este panorama no pinta muy bien para el comercio mundial de alimentos que asoma precios significativamente mayores el próximo año, y si se le suma la preocupación que Putin escale el conflicto a un estadío nuclear, haya una posible recesión mundial y la globalización económica deje de existir al surgir una polarización Este-Oeste donde empresarios e inversores tengan que “elegir bando”, el horizonte 2023 se muestra bastante complicado.

Esperemos la diplomacia pueda hacer trascender esta situación para bien de la humanidad.