La reciente ceremonia de los premios Óscar, realizada el domingo 27 de marzo desde el Dolby Theatre de Los Ángeles, nos dejó algunas importantes lecciones de dinero. Concentrémonos en dos.
Primer aprendizaje: ¿qué estudios realizaron la mejor inversión tomando en cuenta, exclusivamente, la obtención del premio en la categoría de Mejor Película?
Dentro de las nominadas, encontramos tres niveles. Por un lado, las producciones de alta apuesta: Dune (la más reciente adaptación a la novela de Frank Herbert), con un presupuesto de 300 millones de dólares (gran parte del mismo, destinado a mercadotecnia); Don´t look up, con 200 millones; Drive my car y The power of the dog, con un estimado que va de los 150 a los 200 millones y, en quinto sitio, el remake West Side story, alcanzando los 100 millones de dólares.
En un nivel medio, las cintas: Nightmare Alley (una segunda versión de la novela de William Lindsay Gresham, la primera es de 1947), 60 millones; King Richard, 50 millones, y Licorice pizza, 40 millones.
Y en el nivel más modesto: Belfast, con un monto entre los 20 y los 25 millones, mientras que, al final, se encuentra la ganadora Coda, donde solo se invirtieron 10 millones de dólares.
¿Falló la estrategia de inversión de las grandes apuestas? Si consideramos el premio a Mejor Película, sí, pero si sumamos la cantidad de estatuillas obtenidas, la gran ganadora fue Dune, con 6 de 10 nominaciones, incluyendo, entre otras categorías: Mejor banda sonora original, Mejor montaje cinematográfico y Mejor fotografía.
Segundo aprendizaje: ¿cuál fue el momento más valioso de la ceremonia estrictamente hablando en términos de rating?
No fue la presencia de Francis Ford Coppola flanqueado por Al Pacino y Robert De Niro, en conmemoración de los 50 años de El Padrino; ni la presentación de Liza Minelli acompañada por Lady Gaga y no, tampoco el reencuentro dancístico entre Uma Thurman y John Travolta, mientras Samuel L. Jackson hablaba de… ¿de qué hablaba?
Tristemente, el momento más caro, posterior a la transmisión, es el derechazo de Will Smith a Chris Rock, aunque el pico de audiencia lo registró el discurso de aceptación de un Smith lloroso, confundido y ¿arrepentido? Y a ello contribuyó la difusión y comentarios sobre la bochornosa situación, permitiendo que 15.4 millones de espectadores siguieran el evento, con un aumento del 68 por ciento, en comparación con los que frente a la pantalla, seguían, hasta antes del incidente, la ceremonia, la cual hubiera sido, sin el acto violento, la de más baja audiencia en su historia.
¿Funcionó como inversión que Smith se levantara de su asiento, caminara al escenario, fuera recibido pacientemente por Rock, propinara el golpe, se ajustara su chaleco, hiciera el paseíllo de regreso, se sentara en su butaca y exigiera reiteradamente al comediante que no hiciera bromas sobre su esposa?
Por supuesto que funcionó, Los Ángeles, como ciudad sede, tiene una derrama económica de al menos 130 millones de dólares, los estudios gastan alrededor de 100 millones de dólares y (aunque muy por debajo de los anuncios que se transmiten en el Super Bowl) un espacio publicitario de 30 segundos cuesta 2.6 millones de dólares.
Ante el riesgo de una imparable caída en la audiencia, esos segundos serán, sin lugar a dudas, de lo más tristemente memorable y, paradójicamente, de los más redituables para una industria que nació hace dos siglos y que (al igual que sucedió con la transición del cine silente), gracias al streaming y las redes sociales, intenta adaptarse a los nuevos consumos del gran público.