La educación no se riñe con la modernidad. Aunque pasó ya hace unas semanas, la estela del escándalo continúa.
La selección española femenil se enfrentaba a la inglesa en la final de la copa del mundo de fútbol. En el partido de honor se encontraban las más altas autoridades británicas, australianas – el partido se jugó en Sídney – y españolas. Entre otras estaban presenciando el partido la reina de España Doña Letizia y su hija menor, la infanta Sofía.
Medio planeta veía en sus casas el partido. Todos estaban enfrente de la televisión o de sus dispositivos. Entonces España metió un gol, el de la victoria. El entonces presidente de la federación española de fútbol, Luis Rubiales, se tocó sus partes íntimas en un acto obsceno que todo el mundo pudo ver. El partido terminó. En el momento de entregar las medallas el mismo individuo le dio un beso en la boca a la jugadora Jenni Hermoso.
Más allá de la falta de respeto, más allá de esos actos totalmente reprobables, la actitud del interfecto fue incalificable. En España utilizamos una palabra que se acerca al personaje. Macarra. Un macarra es una mezcla de un ser prepotente, mal encarado, ordinario y vulgar. Y eso es lo que es ese personaje llamado Luis Rubiales.
La federación de fútbol es lo suficientemente seria y relevante para que la presida alguien con preparación intelectual y con gustos más refinados que Rubiales.
Algo más. El presidente de la federación es un embajador que tiene que representar no sólo a las jugadoras y al fútbol, sino al resto de los españoles. Ni a mí ni a la mayoría nos representa. Un macarra no puede representar a un gran país como es España con unas jugadoras que se han dejado el alma en un campo de fútbol para ganar el campeonato del mundo. Ellas sí nos representan. Él de ninguna de las maneras.