En la guerra no hay buenos ni malos: lo que prelan son los intereses

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Hay una razón por la que se condenan y se regulan el uso de poderosos explosivos, y es porque si ya de por sí las armas representan un grave peligro para la energía vital de las personas de manera singular, los explosivos de amplio alcance y magnitud, escalan a mayor nivel la situación y matan de manera masiva e indiscriminada a grupos humanos, sin distinguir nacionalidad, raza, sexo y edad, o si son o no, inocentes o responsables de algo. Este es el caso de las bombas de racimo.

En la edición pasada de nuestra revista OPENVision les compartí sobre la amenaza nuclear, y cómo Vladimir Putin, presidente de Rusia, ha puesto de nuevo esa carta sobre la mesa en el marco de la guerra Rusia-Ucrania, afectando la seguridad global.

Sin embargo, ahora les comparto una de las aristas en el otro lado de la moneda: las bombas de racimo, objetadas por casi toda la comunidad internacional pero que Estados Unidos recientemente ha decidido comenzar a enviar a Ucrania.

El tema es que más allá del interés que tenemos todos en que acabe la guerra lo más rápido posible, se necesita evaluar a qué costo.

No en vano las bombas de racimo están prohibidas por 123 países en el mundo.

Y es que las bombas de racimo son terriblemente perniciosas: tienen el potencial de dañar a civiles, años después que los conflictos acaban, por ser una clase de arma que contiene dentro una gran cantidad de submuniciones explosivas las cuales se dispersan por el territorio, resultando que algunas no explotan y acaban enterradas en el suelo con lo que matan y mutilan a civiles mucho después del final de una guerra.

Al día de hoy que les escribo estas líneas, Ucrania y algunos portavoces del Pentágono han indicado que las bombas están siendo utilizadas de “forma eficaz”, lo cual, siempre es una punzante preocupación, porque… de nuevo… ¿a qué costo?: A costo posterior de la población civil ucraniana o rusa que esté en la zona donde se haga la contra ofensiva, frente a posiciones rusas atrincheradas.

Ello demuestra una vez más que en la guerra nadie gana.

Para analizar y entender un conflicto internacional y sus múltiples variables, lo primero es descartar la tentación de colocarse de un lado o del otro como si de un juego de futbol entre los tigres y rayados se tratara.

La realidad es que en la guerra no hay buenos ni malos. Lo que prela siempre son los intereses.

Esto es importante entenderlo si se quiere ver cómo un conflicto internacional que podría parecer lejano (aunque nunca lo es, en un mundo globalizado como el actual) influye en la economía mundial, luego en la economía del país, y por último, en la economía familiar o personal. Pero si se es inversionista o empresario, esto se entiende más.

En una guerra, pierde todo el mundo, excepto los que venden armas y excepto los que aprovechan las oportunidades económicas que salen de ella. Del resto, la población civil siempre, SIEMPRE, es la que pierde más.