Lamentable fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI

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El fallecimiento del papa emérito Benedicto XVI, a 10 años de su renuncia, acabó con la inédita coexistencia de dos papas en el Vaticano. Se abre indudablemente una nueva era, una nueva fase del pontificado del papa Francisco, quien por primera vez, desde su elección, será el único papa, aunque en teoría lo fuera también con el papa emérito en vida. Esta nueva realidad ha desencadenado interrogantes, previsiones de diversas interpretaciones.

  • Lo primero que salta a la vista es que a partir del 31 de diciembre, día de la muerte de su predecesor, el papa Francisco es un hombre más libre, sobre todo en lo que se refiere a la eventual voluntad de renunciar, en caso de que ya no se sintiera capacitado para gobernar. Con el papa Benedicto en vida, difícilmente Francisco habría tomado esta decisión. Un papa reinante y dos eméritos habría sido algo inimaginable.
  • Lo segundo que salta a la vista es que en cuanto el papa emérito falleciera, los principales representantes del llamado grupo conservador, cuyo máximo estandarte era justamente Benedicto, desenvainaron las espadas en contra del papa Francisco.

Con el cuerpo del papa emérito aún expuesto en la Basílica de San Pedro, para que los fieles se pudieran despedir de él, su secretario, monseñor Georg Ganswein, declaró en una entrevista que la decisión del papa Francisco de restringir la celebración de la misa en latín, “destrozó el corazón” de su predecesor. A partir de ese momento, quedó claro que estaba iniciando una batalla entre las dos facciones presentes actualmente en la Iglesia, la que apoya las reformas emprendidas por el papa Francisco, así como su forma de gobernar, y la más apegada a la tradición, que considera que hay una enorme confusión, sobre todo en lo que se refiere a la doctrina moral de la Iglesia.

Hay quienes consideran que si bien el papa Francisco es ahora más libre, también queda más expuesto a las críticas y a los ataques sin la presencia del papa emérito, que garantizaba estabilidad y distensión. Sin Benedicto, la tregua ya no existe. A las primeras declaraciones de monseñor Georg Ganswein,  siguió la publicación de su libro: “Nada más que la verdad. Mi vida al lado de Benedicto XVI”,  en el que se vislumbran diferencias y tensiones.

Diez días después del fallecimiento del papa Emérito Benedicto XVI, murió sorpresivamente a la edad de 81 años el cardenal australiano George Pell, debido a problemas cardíacos, después de una intervención a la cadera. Horas más tarde fue dado a conocer el “testamento” del prelado australiano, que el papa Francisco había nombrado como Prefecto de la Secretaría para la Economía, para emprender la reforma económica del Vaticano y garantizar mayor transparencia, y acercarse a los estándares internacionales.

El cardenal Pell, abiertamente conservador, calificó de desastroso el pontificado de Francisco, denunció la falta de respeto de la ley en el Vaticano y consideró muy limitada la influencia política de la Santa Sede a nivel internacional. Se público, luego, una entrevista concedida al diario The Spectator, días antes de morir, en la que calificaba de “pesadilla tóxica” el Sínodo sobre la Sinodalidad, convocado por el papa Francisco.

Estamos tan sólo al principio de una batalla en la que, probablemente, no faltarán golpes bajos. Hay quienes opinan que aumentarán las presiones sobre el papa  Francisco para que renuncie, así como las maniobras en vista del próximo Cónclave para evitar que de ahí salga un Francisco II. Lo que está en juego son dos visiones diferentes de la Iglesia del siglo XXI. Por un lado, la de Francisco, de  una Iglesia que cree que hay que adaptarse al mundo y debe ser misericordiosa; por el otro, una Iglesia convencida de que su vitalidad dependerá de la fidelidad a las enseñanzas del Evangelio, sobre todo en temas morales.